viernes, febrero 25, 2005

"MILLION DOLLAR BABY" / Wikén

Amigos, he aquí el comentario de la última de Eastwood, publicado hoy en Wikén.

“Million Dollar Baby”
La hija ausente

Tres estrellas y media

Frankie Dunn (Clint Eastwood) ya no está para estos trotes. Luego de décadas de trabajo como entrenador de box, cuyo mayor logro ha sido levantar un gimnasio de mala muerte, Frankie debe hacerse a un lado justo cuando uno de sus pupilos está en posición de pelear el título mundial. Así es Frankie: puede estar años entrenando a un flacucho, pero cuando ya lo han aprendido todo, lo abandonan. Frankie debe nuevamente conformarse con saber acerca de la pelea por televisión, y observar el resultado de un trabajo bien hecho, arrebatado de sus
manos, en soledad. Como si su vida ya no fuera suya.

Testigo de este proceso es Scrap (Morgan Freeman), compañero de ruta de Frankie, un ex boxeador y perro viejo que se dedica a limpiar el gimnasio y a rumiarle quejas a su amigo-jefe.
Las vidas de Frankie y Scrap han sido inseparables desde que Scrap perdió un ojo en una pelea en la que era entrenado por Frankie. Con el ojo que le queda, Scrap ha visto ir a venir boxeadores por la tutoría de Frankie. Ha visto cómo su amigo lleva 23 años yendo a misa como una manera de pedir disculpas a sí mismo por una hija que no existe, que no responde las cartas de su padre, que es la espina dorsal de sus penas.

Por eso, cuando Maggie Fitzgerald (Hillary Swank) llega al gimnasio de Frankie para pedirle que sea su entrenador, Frankie se niega y Scrap solo desea que tome el trabajo. “Las mujeres en el boxeo son la nueva rareza del deporte”, le espeta Frankie a Maggie. “Yo no entreno chicas”.
Como testarudo sólo se vence con testarudo y medio, Maggie permanece en el gimnasio hasta que el infierno se congele. Y logra que Frankie tome su carrera.

“Million dollar baby” tiene muchas cosas a favor. El trío protagónico es dorado. Morgan Freeman no es un gran actor, pero cuando está junto a Clint Eastwood (como ocurría en “Los imperdonables”) sus zapatos son más pesados, su labios se secan y se transforma en esos personajes que ya lo han visto todo en la vida. Hillary Swank es de las chicas duras que daba el cine clásico: no son duras, se hacen, porque si no se hicieran, colapsarían. Y Clint Eastwood, curiosamente, es el más débil de los tres, aunque su cara de palo legendaria sigue siendo una sorpresa y sus ojos perdidos bajo su frente siguen siendo un misterio.

También juega a favor de la película sus características eastwoodianas: la búsqueda de la última oportunidad redentora, con mujeres como agentes detonantes de esa búsqueda (las prostitutas de “Los imperdonables”, Meryl Streep en “Los puentes de Madison”, ¡y hasta “Space cowboys”!... Los cinéfilos pueden seguir recordando) y la presencia de un subtema que Eastwood ha insinuado en algunas de sus cintas: la hija ausente, la hija que se fue y la búsqueda de una hija reemplazante, que vuelve a sacar a superficie las torpezas del padre. Esta segunda oportunidad con la hija venía corriendo como tema en las películas más pobres del director (“Poder absoluto”, por ejemplo), pero es aquí cuando encuentra su mayor desarrollo.

Lo terrible es que, a pesar de estos materiales, “Million dollar baby” no es ni por cerca de las mejores cintas de Eastwood. Más allá de la fiesta que es para las críticos la llegada de una nueva película del director de “Bird”, no hay que olvidar que son las sutilezas las que hacen perdurables el trabajo de un cineasta, y en “Million dollar baby” los trazos gruesos predominan en, por ejemplo, la patética familia de Maggie, y el abrupto final de lloriqueos, ambas soluciones radicales para disyuntivas muchos más ricas. Perdonado eso, “Million dollar baby” es potente, entrañable, pero para ser recordada en su justa medida.

Gonzalo Maza

“Million dollar baby”. Estados Unidos. 2004. 137 minutos. Mayores de 14 años.

jueves, febrero 17, 2005

"EL AVIADOR" / Wikén

Este es el comentario que aparece de la última de Scorsese en el "Wikén" de esta semana... -GM

“El aviador”

Scorsese contra Scorsese



Martín Scorsese ha decidido hacer una nueva película. Es una biografía sobre la figura del magnate más demente, atormentado, visionario, emprendedor y mafioso del siglo XX: Howard Hughes. No es que las biografías sean algo desconocido para el director: este es su vigésimo largometraje de ficción en 40 años de carrera, y aunque oficialmente su única otra biografía es sobre la vida del boxeador Jake LaMotta en “Toro salvaje” (1980), buena parte de sus otras películas son vívidos retratos de desenfrenados mafiosos (“Buenos Muchachos”), apostadores (“Casino”, “El color del dinero”), enfermeros (“Vidas al límite”), taxistas (“Taxi driver”), artistas aspirantes (“Alicia ya no vive aquí”, “New York, New York”, “El rey de la comedia”), pandilleros (“Calles peligrosas”, “Pandillas de Nueva York”), asaltantes (“Boxcar Berta”), y una figura bíblica (“La última tentación de Cristo”). Es decir, convengamos esto: los torrentes de pasión fluyen por las películas de Scorsese, y habitualmente eso conlleva una pesada carga moral para sus personajes, atormentados por culpas, ansiedades, presiones sociales y sus propias ambiciones.

Dicho esto, es inevitable colegir su figura mayor dentro del cine norteamericano de los últimos 50 años, su influencia en cineastas más jóvenes (Paul Thomas Anderson, el más claro) y el legado de una figura arquetípica: el personaje scorsesiano, trágico, musculoso y acelerado. Más aún, como artista, Scorsese es asiduo a las búsquedas formales: sus últimos trabajos para televisión sobre el cine y el blues, a medio camino entre el tributo y la vocalización de su propia estética, han completado su figura, e incluso, la han encerrado paulatinamente en el atrapante universo del maestro bien vestido, certero, satisfecho.

He ahí la razón de la noticia: Martín Scorsese ha decidido hacer otra película. Pero, a diferencia de sus anteriores, no pareciera tener mucho que explorar. “El aviador” enciende la alarma cinéfila: es la primera película Scorsese sobre el cine de Scorsese. Es la fagocitación de su talento, el plagio de sus propios planos, la reiteración de sus recursos. Es abismante y muy sospechosa la adecuación que hace Scorsese de la figura de Howard Hughes para que sea un miembro más del ramillete de sus personajes scorsesianos. Más alarmante aún en “El aviador” es su narración desapasionada, la pobre construcción de personajes secundarios, el recorte biográfico para que quepa en el figura mítica.

Howard Hughes, millonario despilfarrador, entusiasta del cine y los aviones, obsesivo compulsivo, playboy asexuado, es un personaje scorsesiano antes de que el director haya decidido hacer una pelìcula sobre él. Recordemos: si nos presentaron a los mafiosos de “Buenos Muchachos” como dueños del mundo... ¿qué se puede esperar de uno que efectivamente lo fue? Lamentablemente, las dimensiones del personaje Hughes sobrepasan los de la elícula. Más aún si consideramos aquello que Scorsese deja de lado: sus relaciones de Hughes con la CIA, su anticastrismo, los turbios negocios en los que fue parte.

Scorsese soslaya estos datos, nunca mira de frente a su personaje: se mide a su lado. Lo maquilla para sus propios propósitos, lo engalana para su cine mezquino. Da miedo pensar en el agravamiento de estos vicios. Scorsese simpatiza con Hughes en su fetichismo: el millonario idolatra sus aviones como el director idolatra sus películas. Y eso da mala espina: que un cineasta talentoso en el retrato de oscuridad humana se obnubile con el tamaño de sus obras no promete ningún futuro.

Gonzalo Maza

“The aviator”. EE.UU. 2004. 166 minutos. Mayores de 14 años.

domingo, febrero 13, 2005

"ENTRE COPAS" / Alexander Payne lo hace de nuevo

Luego de leer la lamentable defensa que hizo hoy en El Sábado Ascanio Cavallo a "El aviador", no he dejado de pensar en el estado de salud de las ex glorias del cine norteamericano. Me pasa seguido: esta semana casi caigo en depresión después de ver solo con unos días de diferencia la última de Scorsese (se estrena el próximo jueves) y "Million Dollar Baby" de Clint Eastwood (se estrena el 23 de febrero), ambos colijuntos esfuerzos de grandes directores que ya han hecho una cantidad suficiente de grandes películas, y que viven en una industria que año a año les da la oportunidad de mancillar su propio nombre (no olvidemos: ambas compiten este año como "Mejor Película" en los Oscars). Pero no hay caso: mientras "El aviador" es una clase de mantenimiento de un director que ya parece haber dicho todo lo que tenía que decir, "Million Dollar Baby" insiste con los temas lloricones de Eastwood de sus últimos años, lo que no tiene nada de malo en sí mismo, pero más parece una carta de disculpas y de bajo vuelo de quien yo pensaba que era un tipo rudo (tanto como personaje como cineasta).

Con eso en mente, y debo admitir, deseoso de alguna esperanza, esta noche fui a ver "Entre copas" ("Sideways", 124 minutos), la última película de Alexander Payne. Digamos que entrar al cine muy esperanzado no es la mejor forma de ver una película, y uno suele salir derrotado de esas funciones. Pero el hijo de puta de Payne demuestra que sus fortalezas residen precisamente en sus inquietudes, y entrega, a mi parecer, una de las mejores películas que he visto en los últimos años. Y eso que no tiene pretensión alguna de deslumbrar a nadie.

La historia es simple, casi inexistente. Dos amigos salen de viaje. Toman el auto para recorrer por algunos días los viñedos de la zona de Santa Barbara, en el Estado de California. El de la idea es de Miles (Paul Giamatti, el sobrepasado calvo de "Esplendor americano"), un depresivo profesor de escuela, asiduo gourmet y catador de vinos principiante, que entusiasma a Jack (Thomas Haden Church, semi-conocido hace unos años por una sitcom del cable excelente y de corta vida llamada "Ned & Stacy"), a quien conoce desde que compartieron pieza en la universidad. En el camino, nos damos cuenta que Jack, listo para casarse a la vuelta del viaje, tiene poco interés en los mostos y su agenda está en 1) darse un buen polvo antes de contraer nupcias y 2) de paso, que su amigo logre lo mismo y salga de dos años de depresión después de un divorcio.




Por supuesto, los acontecimientos dentro de la película de Payne están mejor contados que en esta sinopsis. Se van desprendiendo con elegante desenfado, aunque nada haya de elegante en la prosaica aventura que emprenden. La condición de perdedor de Miles es potencial: ha escrito una novela y, mientras viaja, está a la espera de que una pequeña editorial independiente se decida a publicarla. La frescura de Jack, por otro lado, es natural y bien intencionada: es actor de comerciales, con ambiciones a medio camino y es un buen amigo.

Pero quizás lo más inquietante de las capacidades narrativas de Payne (intuitivas en "La ciudadana Ruth", perfectas en "Elección", persuasivas en "Las confesiones de Schmidt") es que sean impredecibles y, muy a su pesar, inspiradas. Los primeros 20 minutos de "Entre copas" parecen feos, casi filmados con descaro y obviedad televisiva. Casi burlándose del decálogo de guionismo de Robert McKee que tanto daño le ha hecho al cine, en estos minutos no pasa nada y sus personajes parecen estar vacíos. Pero la paciencia ofrece recompensas tanto en la vida como en el cine, y la experiencia de encontrarse con Miles, Jack y las chicas que se tropiezan en su camino, dan la razón a los enólogos: los buenas cepas no son aquellas que más envejecen, sino aquellas que se beben en el momento justo.

Este es el momento justo para que Alexander Payne gane el Oscar. "Entre copas" es la mejor de las nominadas. Lo lamentable del asunto es que no lo va a ganar, y más lamentable sería que lo gane en unos años más, cuando esté haciendo el tipo de películas que hacen Eastwood y Scorsese hoy en día.


viernes, febrero 11, 2005

"BRIDGET JONES: AL BORDE DE LA RAZÓN" / Wikén

Este es el comentario que aparece hoy en Wikén sobre la segunda parte de "Bridget Jones". -GM

“BRIDGET JONES: AL BORDE DE LA RAZÓN”

Sin amor propio

Habitualmente, quienes más se dedican a denostar a las mujeres, son las mujeres mismas. Este interesante fenómeno de la vida social, tomó exitosa traducción editorial a comienzos de esta década con el best seller de Helen Fielding, El diario de Bridget Jones, y una adaptación al cine dirigida por una debutante Sharon Maguire. Bridget Jones, la solitaria y torpe soltera, semi-alcohólica y en eterna lucha con el sobrepeso, se transformó en referente conversacional en todo el mundo. Al parecer, millones de mujeres se sintieron identificadas con las desventuras de la soltería, y decenas de lugares comunes sobre el sexo casual, la ausencia de hombres y la inseguridad encontraron su lugar.

Esta esperable segunda parte dirigida por otra británica, Beeban Kidron (Reinas o reyes), da pistas sobre la verdadera naturaleza del fenómeno Jones. Al parecer, lo dicho, dicho está, y esta secuela se dedica a repetir chistes, conversaciones y secuencias completas ya aparecidas en la primera parte. Así, podemos ver diferentes ángulos para la humillación femenina de Renée Zellweger en su habitual sobrepeso para el papel. Podemos ver nuevamente la misma escena de la periodista cayendo con su trasero sobre una cámara en uno de sus reportajes, las mismas aburridas fiestas familiares en la casa de la madre de la protagonista, y escuchar hasta las mismas canciones del soundtrack, una tras otra, mal pegadas, mientras Bridget corre a declararle su amor a quien ya sabemos que es su amor.

Los cambios, incluso, son extraviados intentos de darle cierta diferencia a las dos películas: una innecesaria (y hoy, superficial) secuencia en una cárcel tailandesa; las apariciones de Hugh Grant reducidas a 15 minutos de metraje (lo que para ciertas espectadoras será cercano a la estafa), y la preparación para el terreno de una eventual tercera parte: Bridget Jones se casa. Abusar así de la desesperación femenina mundial no tiene nombre, e irónicamente con el título, es una opción absolutamente razonable, pero carente de humanidad, para denostar a las mujeres.

Gonzalo Maza

"Bridget Jones: The edge of reason". Gran Bretaña / Francia / Alemania / Irlanda / Estados Unidos. 2004.108 minutos. Mayores de 14 años.